EL DOJO: UN OASIS ESPIRITUAL

Al entrar por primera vez en un dojo de artes marciales, los occidentales se sienten perturbados o impresionados por los saludos continuos y las demás expresiones de etiqueta. Puede que estos rituales parezcan exagerados, superficiales e inútiles. No obstante, cada regla concierne a la seguridad y el bienestar de todos. La vida cotidiana está llena de usos y costumbres que permiten la comunicación y disminuyen el riesgo de malos entendidos. Esta función adquiere mayor importancia en una sociedad guerrera donde la violencia puede moderarse sólo a través de un código de honor muy estricto y una estructura social rígida. La etiqueta era un factor de control, y en ciertas sociedades suponía a menudo la tenue frontera que separaba la vida de la muerte. Al entrar en un dojo uno penetra en un mundo diferente, un mundo de guerreros. Templo del respeto y la camaradería, el dojo puede convertirse en un lugar de paranoia y desconfianza. En el tatami de Aikido intercambiarnos la función de atacante y atacado y nos entrenamos para desarrollar y mejorar las reacciones instintivas.

En virtud de la etiqueta, podemos practicar con una seguridad total,- disciplinar las tendencias agresivas, desarrollar la compasión y el respeto mutuo.

El Aikido no es un deporte. Es una disciplina, un proceso educativo para el entrenamiento de la mente, el cuerpo y el alma. No tiene por objeto el mero estudio de una técnica, ésta es sólo una herramienta para el refinamiento personal y el crecimiento espiritual.

Un dojo de Aikido no es un gimnasio. Es el lugar donde se imparte la enseñanza del maestro Morihei Ueshiba. No es un lugar para manifestar las grandezas del ego individual sino para purificar y educar el cuerpo y el alma. Una actitud de respeto, sinceridad y modestia son esenciales para el proceso de aprendizaje y, puesto que el Aikido es un arte marcial, son esenciales por motivos de seguridad.

Reverendo Kensho Furuya (6ºDan Aikikai)
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