ENTREVISTA A PAULO COELHO...

Cuando un escritor de fama organiza una sesión de firmas, los lectores le presentan los libros para que estampe su rúbrica. A Paulo Coelho, además le llevan flores, cartas y objetos de valor simbólico para quienes le hacen el obsequio. Hace unos días, en Fátima, le regalaron una piedra. Es un ejemplo de la comunicación tan especial que establece con sus lectores este autor brasileño (Río de Janeiro, 1947) que en su juventud ejerció de periodista, profesor teatral, ejecutivo de una compañía discográfica y letrista de canciones, que conoció la cárcel y descubrió su verdadera vocación tras hacer el camino de Santiago.
-Sus libros, donde subyace la espiritualidad, son leídos por millones, pero luego en la calle se ve a personas que sólo aspiran a ganar más, consumir en mayor cantidad, triunfar... ¿No es una contradicción?
-No escribo exactamente sobre espiritualidad, sino sobre el ser humano. Puedo escribir sobre la prostitución, en Once minutos; sobre un escritor, en El Zahir; una leyenda, como en El alquimista; o la locura, como en Veronika decide morir... Escribo sobre las cuestiones humanas, y no sobre las respuestas a estas cuestiones. Yo no soy quién para juzgar a las personas. Cuando escribo lo hago para cambiarme a mí mismo. La manera en que un libro toca a una persona es distinta a como lo hace con otra. El poder del libro es que el lector está convocado a utilizar su propia imaginación para llenar los espacios vacíos. No intento dar respuestas, sino hacer buenas preguntas.
-Preguntas en un mundo en el que se aprecia sobre todo lo tangible, lo inmediato... ¿A qué lleva hacer preguntas?
No sé si estoy de acuerdo en eso de que la gente está muy preocupada por lo inmediato. Salí de mi casa el 21 de marzo y regresaré el 21 de junio. Decidí hacer una peregrinación simbólica para volver al camino de Santiago 20 años después de la primera vez y aceptar las invitaciones que me hicieran durante unos días. Pensé en hacer algo distinto, no firmar en grandes ciudades como tantos escritores, sino pararme en capitales pequeñas y pueblos, improvisando en sólo 24 horas sesiones de firmas y encuentro con los lectores. Y lo que estoy hallando es gente con sabiduría natural, sabiduría que fluye entre las personas, un contacto que me ha sorprendido muchísimo. Lo que me encanta es que la gente está conectada a las preguntas. Cuando llego a sitios donde nunca he estado antes, veo que no soy un extranjero. Me encuentro siempre con compañeros de camino.
Una nueva percepción-
¿Qué sitio hay en la sociedad actual para la intuición, para la magia, para todo aquello que no es lo más prosaico de la vida?
-Muy grande, cada vez más grande. Magia, no lo sé; pero sí mucha intuición, una nueva percepción del mundo que lleva a valorar lo que se debe valorar (la amistad, el tiempo, el espacio, el sitio donde estás, la naturaleza, las cosas simples de vida) y a la vez saber que la tecnología ayuda muchísimo a llenar algunas cosas. Hay mucho espacio si uno tiene los ojos abiertos, y poco si uno cree que ya lo sabe todo, que todo está arreglado. Esto último es una tontería porque nadie sabe lo que le va a pasar mañana.
-Algunos críticos dicen que sus libros, incluidas las novelas, son literatura de autoayuda. ¿Le disgusta?
Nunca me ha molestado. Creo que el papel de los críticos hay que respetarlo. Nunca he criticado a un crítico y no lo voy a hacer. Cumplen con su papel, y no pasa nada.
El amor es crucial en su obra. ¿Nos hace libres o nos esclaviza?
El amor es una fuerza que nos construye y nos destruye. Te puede llevar al paraíso y al infierno en unos segundos. Como decía Teilhard de Chardin, no conseguimos canalizar esa fuerza como hemos hecho con la del viento, el agua y el sol, que transformamos en energía. En el momento en que lo consigamos, mire que digo canalizar y no dominar, porque nada de eso se ha dominado, será un avance enorme.
El amor también está muy vinculado al dolor. ¿Quien no sufre o ha sufrido no tiene una vida plena?
Yo no soy partidario de esa idea de que el sufrimiento enseña. Me parece que muchas veces el sufrimiento nos destroza. Sin embargo, no podemos dejar de hacer cosas por miedo. Hace un tiempo estuve en Japón trabajando en un documental y conocí un método llamado Shugendo, que plantea no tener miedo al dolor. Experimenté con él y descubrí que cuando se le hace frente el dolor no es tan terrible como parece. Pero, sin embargo, no comparto la idea clásica de que el sufrimiento lleva a la comprensión. Jesús tuvo dos días de dolor y 33 años de placer, con pan, viajes, camino, conociendo a la gente... Nos fijamos demasiado en la imagen de la cruz, pero el momento más bonito, más importante de su vida, fue la cena, cuando consagra el pan y el vino.
-¿Está la sociedad actual inmunizada contra el dolor ajeno?-
No lo creo. Me parece que más allá de los partidos políticos, que son una institución fallida, la gente ha creado nuevos sistemas, tan políticos como los partidos, muy concentrados en la solidaridad. Les llamamos ONG o como queramos, pero ahí entra gente preocupada no sólo por sus vecinos, sino también por los vecinos de sus vecinos. Gente muy participativa. Uno va a la guerra hoy pero tiene que pagar un precio muy alto, y luego sale de la guerra porque la presión de la sociedad civil es muy fuerte.
-¿Sería su obra como es si durante la primera etapa de su vida no hubiese desempeñado oficios muy diversos y vivido aventuras y experiencias al límite?
-Ya lo decía Ortega, 'yo soy yo y mi circunstancia'. No viví otra cosa, así que no lo sé. Yo siempre tuve la idea de vivir intensamente, con conciencia de la muerte, de que puedo morir mañana...
-Usted se ha convertido para muchos lectores en algo más que un novelista o un escritor. Es también casi como un guía. ¿Siente una responsabilidad especial por ello?
-Yo no sé si hay gente que me ve así, como usted dice. Ahora bien, todos tenemos una responsabilidad. La mía es poner lo mejor de mí mismo en mis libros y a partir de ahí, ni puedo ni quiero ni debo controlar la manera en que cada lector interpreta lo que digo en ellos. Eso sería un error.
El rigor y la pasión
-Su último personaje, el protagonista de 'El Zahir', recorre el mundo por una mujer. ¿Por qué sería capaz de recorrerlo Paulo Coelho?
-Para buscarme a mí mismo. La mujer ya la tengo a mi lado, y ahora estoy recorriendo el mundo. Estamos siempre en transformación. Hay que vivir y dejarse guiar. En este momento estoy haciendo justo lo que hace el personaje de 'El Zahir': recorrer el mundo, entregarme a ver qué sorpresa soy para mí mismo.
-¿El viaje siempre es más importante que el destino?
-El destino es importante. Siempre hay que saber adónde se va. Si se hace el camino de Santiago hay que saber dónde está Santiago. Ese conocimiento ayuda a organizar el camino, pero es el viaje lo que se disfruta. Cuando llegas, estás cansado y ya se ha terminado el recorrido. Hay que saber combinar el rigor, que está representado por conocer el destino, con la pasión, que es el camino, la alegría.
-¿Eso pasa también en la literatura?
-Totalmente. Tienes que sentarte en tu casa, delante del ordenador -en mi caso, una vez cada dos años- y decir, ¿y ahora qué? Hay un libro A, un libro B, un libro C... todos los escritores tenemos un montón de libros en la cabeza, pero hay un libro D que es tu verdad y que ya está escrito con tu alma antes de ponerte al ordenador
.-¿Le piden consejo sus lectores cuando van a esas sesiones de firmmas?
-No, nunca. No hay posibilidad en tan poco tiempo, pero es que tampoco creo que lo quieran. Sí me traen regalos, flores, cartas, sus cedés, sus libros, cosas que son importantes para ellos... una imagen de un santo del lugar, una piedra... Sí, en Fátima un lector me dio una piedra que era muy importante para él. Es como un intercambio entre los lectores y yo.
-¿Para merecer el título de persona, de ser humano, hay que ser, siguiendo sus palabras, un 'guerrero de la luz', alguien capaz de superar las dificultades?
-Creo que sí. El verdadero ser humano, el que está vivo -porque hay gente que respira pero está muerta-, es el que está comprometido con una idea, entusiasmado por un proyecto. Aquí lo he encontrado en la gente que está trabajando en la catedral de Santa María. Para ser un ser humano hay que estar comprometido con la vida.